Hace algo más de 2 años publiqué en el blog la preparación de la cheesecake con salsa de frutos rojos. Era la receta que usaba cuando me apetecía comer este postre o cuando hacía alguna tarta para regalar. Me gustaba mucho como quedada y hasta la fecha no me había dado problemas. Pero la semana pasada preparé una cheesecake siguiendo mi receta al pie de la letra y mientras se estaba enfriando en el horno se agrietó, la inesperada grieta me sorprendió porque nunca me había pasado eso con la tarta de queso. Siempre he cuidado de no batir en exceso la mezcla de queso y huevos y, soy muy paciente con el tiempo de enfriando, no someto a la tarta a cambios bruscos de temperatura. Pese a todas las precauciones, ahí estaba una rica tarta de queso con una importante grieta en todo el centro.
Después de repasar los pasos de la receta y tras comprobar que no había hecho ninguna modificación, me di cuenta de que el clima era lo único que había cambiado entre la cheesecake que hice la semana pasada y las anteriores. Esta era la primera vez que hacía una tarta de queso en verano, casualmente había hecho las demás en invierno y en otoño. Reconozco que mi experiencia en repostería no es muy amplia, hago pocos postres porque engordo con facilidad, y está claro que la práctica hace al maestro. No obstante, pensé podía haber una relación entre la escasa humedad del verano cordobés y la grieta de la tarta. Con esa idea en mente volví a preparar una cheesecake; pero esta vez decidí hornearla acompañada por un par de recipientes con agua en la parte inferior del horno.